sábado

Ayer vi a un loco que miraba los contenedores desde la acera de enfrente, esperando a que pasaran los coches para poder acercarse más y observarlos mejor, desde cada ángulo, en cada perspectiva. Contempló, pues, el fruto de su trabajo y no le convenció, así que volvió a cambiarlo todo. Esta vez la colocación era perfecta, tres de ellos alineados y un cuarto rompiendo la trayectoria, creando el caos, como si de él mismo se tratase. Los miró primero de cerca, luego se alejó hasta la acera de enfrente de nuevo. Contento con lo que había hecho, abandonó la escena. Y entonces me di cuenta de la realidad; aquel hombre no era un loco, era un artista. Su obra no perduraría en el tiempo más allá de aquella noche, más allá de la hora que quedaba hasta que pasase el camión de la basura. Pero la perfección era tal que me quedé en mi posición hasta que todo hubo terminado. Ni siquiera alzó la vista, ni siquiera se percató de que no estaba solo. Así fue como su locura se convirtió en arte, realizada por y para sí mismo, contemplada por mí desde el humo de mi cigarro.

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